Una noche, una patrulla regresó con dos hombres y un jeep capturados en el desierto. Trajeron ante mí a un teniente alto, rubio y joven, y a su conductor. El teniente era el típico inglés esnob y arrogante. De forma muy correcta, se limitó a darme su número de placa, sin ningún detalle más. Intenté entablar conversación con él y le hablé de mis visitas a Londres, de mis amigos, entre los que se encontraba un capitán de la guardia de granaderos. Poco a poco se fue rompiendo el hielo y resultó ser el sobrino de uno de los propietarios de los cigarrillos Player’s. Mis oficiales me hicieron una sugerencia en voz baja y tuve que reírme.
«Teniente, ¿qué le parece si lo cambiamos a usted y a su conductor por cigarrillos? En este momento andamos un poco escasos».
«Buena idea», dijo.
«¿Cuántos cigarrillos cree que vale usted? ¿qué debería sugerirle a su comandante?».
Su respuesta llegó sin vacilar: «Un millón de cigarrillos, son 100.000 paquetes». Mi oficial de radio se puso en contacto con los Royal Dragoon y les transmití nuestra oferta.
«Por favor, espere, volvemos enseguida», fue la respuesta. Luego, al cabo de unos minutos, la voz dijo: «Lo sentimos, nosotros también estamos un poco escasos, pero podemos ofrecer 600.000 cigarrillos. Por favor, esperamos respuesta». Para mi gran asombro, recibí una rotunda negativa del joven teniente.
«¡Ni un cigarrillo menos de un millón, es innegociable!», fue su respuesta. Así que el joven tuvo que pagar con el cautiverio el elevado valor que tenía de sí mismo.
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