Hubo otro incidente desagradable con dos T-34 rusos capturados. Los dos blindados «alemanes» habían estado asegurando la zona y regresaron cuando estaba oscureciendo. Nuestras unidades contracarro, sin tener idea alguna de que había tripulaciones alemanas dentro de los carros, los dejaron fuera de combate: la Cruz Balcánica pintada sobre ellos no era ya reconocible al anochecer. De ahí en adelante fue imposible que ninguno de nuestros hombres se montara en un carro capturado.
Por otro lado, tuvimos muchos problemas con los cazas rusos, que pasaban dando bandazos sobre nosotros casi sin descanso. Esa es, en verdad, la única forma de describir su forma de volar. Mi artillero, el Unteroffizier Kramer, puede recibir crédito por algo seguramente inédito en todo el Frente Oriental: derribar un caza ruso con el cañón del carro. Obviamente, la suerte estuvo de su lado. Así ocurrió: Kramer, molesto por la implacable pesadez de aquellos tipos, elevó el cañón hacia la ruta por la que se aproximaban. Yo lo convencí, y él decidió arriesgarse y disparar. En el segundo intento, alcanzó a una de las «abejas» en las alas y el avión ruso se estrelló detrás de nosotros.