«En la madrugada del 2 de febrero reinaba la angustia en las enfermerías y alrededores. Dije a todo el mundo que quien estuviese en condiciones de ir al cautiverio debía hacerlo porque, con toda probabilidad, todos los que se quedasen atrás, es decir, los que ya no pudieran caminar, serían fusilados. Atendí la petición de un segundo teniente gravemente herido –que tenía una bala alojada en el muslo- de esconder un pequeño revólver entre sus vendajes.
Otro soldado había pisado una mina y tenía el empeine del pie destrozado. Quería que lo llevase en brazos. Así que le apliqué un vendaje de “movilidad” hecho con una casaca cortada y un trozo de lona de tienda de campaña. Con un dolor insoportable, llegó al primer campo de prisioneros de guerra después de tres días de marcha.
Lo primero que exigían ahora los rusos era «Uhr yest» (¿Tienes reloj?). Entregué mi reloj de pulsera, que había recibido de mi padrino en mi confirmación, a un centinela ruso a las 05.45 horas. Como sabía que también acabarían llevándose mi anillo de bodas, lo oculté con una venda y, más tarde, tuve que pegarlo a la parte interior del muslo varias veces. De esta manera –algo excepcional- he conservado mi anillo de bodas hasta el día de hoy… Los rusos nos dividieron en columnas de marcha de 100 hombres con sendos soldados armados con fusil al frente y a la espalda. Quien no podía seguir adelante era ejecutado por los guardias».
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