La escaramuza duró más de una hora. Pero el dicho alférez de Vega, como soldado advertido, acudió a sus obligaciones como a todos es notorio, defendiendo el puesto que tanto importaba, aunque con artillería y mosquetería desde ventanas, puertas y tejados, no dejaron cosa en su ser.
Le mataron a dos hombres y le hirieron a tres. No desistiendo el enemigo de su intención, temiendo el maestre de campo don Pedro Osorio que se apoderasen de la iglesia y del convento, por la poca gente que tenía consigo el alférez Damián de Vega, los embistió valerosamente con la compañía del capitán don Enrique de Alagón, de su tercio, acudiendo también, como se ha dicho, la de don Pedro de Santisteban y la de don Diego Ramírez de Haro.
Socorrió la iglesia el maestre de campo, y hallándose empeñado en hacer que se retiraran los enemigos, pareciéndole que los podía degollar, los atacó con más valor que disciplina militar. El enemigo, que no deseaba otra cosa, se fue retirando con cautela e incitando la carga de los nuestros hasta que los sacó a lugar en que quedaron a descubierto de la ciudad, donde desde los caballeros y terraplenes de las murallas tenían asestada mucha artillería y la mosquetería a punto.
En ese tiempo iban los nuestros cargando y el enemigo retirándose con prisa hasta meterse debajo de su muralla, habiéndolos seguido los nuestros hasta allí. Entonces, preparados ellos y los que estaban en las murallas, comenzaron a darnos gruesas e incesables descargas de artillería y mosquetería. Hirieron de muerte al maestre de campo don Pedro Osorio, que no vivió más de dos horas, muerte muy sentida, y asimismo salieron muy mal heridos los cuatro capitanes de arcabuceros, los tres de aquí y don Diego de Espinosa [que acudió al rescate], y en el cuartel del maestre de campo general otros caballeros y soldados particulares.