Estábamos expuestos directamente al fuego polaco. No había cobertura ni podíamos atrincherarnos, ya que debíamos atacar. Formamos para el asalto. Los vehículos de reconocimiento acorazados se pusieron en cabeza, tan lejos como lo permitía el terreno, con el fin de darnos fuego de cobertura con las MG34.
De repente, no lejos de mí, una ráfaga de ametralladora alcanzó al soldado Uhl. Murió al instante. Fue la primera baja de mi compañía y muchos de mis hombres lo vieron. Ahora todos teníamos miedo. ¿Cuál de nosotros sería el siguiente? Esto ya no eran unas maniobras; era la guerra.
«Que ataquen la 1.ª y la 2.ª Sección», grité, «la 3.ª Sección queda en reserva, la Sección de Armas Pesadas prestará fuego de cobertura».
Nadie se movió. Todos tenían miedo de ser los siguientes en morir. Incluido yo. Cualquiera que diga que nunca tuvo miedo en su primer combate es un mentiroso.
Me correspondía a mí, el mando, dar ejemplo. «Que todo el mundo me siga», grité, y me lancé hacia delante con mi subfusil. El entrenamiento prevaleció y todos me siguieron.
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