Dos pesados carros T-34 soviéticos se dirigían hacia nosotros como si fuesen de los nuestros. Dimos la vuelta de inmediato y marchamos hacia ellos, deteniéndonos justo delante, separados por no más de 5 metros. El ruso disparó primero, pero no nos había apuntado bien y falló. Disparamos entonces un Panzergranate-40: ¡un impacto en la placa frontal! Saltaron chispas. Pero el T-34 giró con calma su torreta, disparó por segunda vez y falló. Entonces pude ver a través del visor que su torreta apuntaba directamente hacia nosotros.
El siguiente disparo nos alcanzaría inevitablemente si no le dábamos primero. Pero, para nuestra desgracia, no habría de ser así. Nuestro cargador intentó expulsar en vano la vaina del proyectil disparado. Las desgracias rara vez vienen solas y el cierre había quedado totalmente atascado. Nuestro jefe de carro saltó del vehículo e intentó inutilizar el coloso con una granada de mano. El traductor me preguntó por décima vez qué estaba pasando. Me apresuré a responder con un toque de humor negro: “¡Pronto lo sabrás!”. Entonces solté la ametralladora, que quedó apuntada hacia arriba, subí las piernas y me enrollé como un erizo. A continuación, se produjo un estruendo que nos entumeció y todo el vehículo pareció llenarse de fuego … el equipo de radio cayó a mis pies. Grité: “¡Fuera! ¡Estamos en llamas!”.