Mientras Wittmann y Petersen, su cargador, observaban a través de los prismáticos, oyeron de repente el sonido familiar de carros de combate en movimiento. Wittmann ordenó a su conductor que apagase el motor para poder escuchar mejor, pese al resquemor de que no arrancase cuando fuese necesario. Como había estado algo sobrecalentado, pensó que así tendría oportunidad de enfriarse un poco.
Trató desesperadamente de adivinar por dónde aparecerían los carros de combate enemigos y avisó a su tirador de modo que pudiese disparar el primer proyectil y lograr un impacto directo, algo que aturdía y confundía generalmente a los comandantes de blindados del Ejército Rojo. Lo habitual era que se parasen en seco y tratasen de localizar el origen del fuego. Una vez que estuviesen completamente detenidos serían blancos fáciles, momento que aprovecharía el tirador de Wittmann para comenzar a destruirlos. «Allí están», gritó Klinck, que estaba deseando colocar un proyectil de 75 mm bien apuntado a uno de los blindados enemigos que se aproximaban. Koldenhöff arrancó el motor Maybach, que volvió a la vida con un gran rugido para gran alivio de todos los tripulantes.
«¡Conductor! ¡Sube un poco más la ladera!», ordenó Wittmann, dándole instrucciones para que maniobrase el vehículo hasta la posición de las once en punto con el fin de obtener una mejor posición defensiva en un manchón de matorral. Wittmann observaba los carros soviéticos que se aproximaban y trataba de localizar el blindado del jefe de la formación. Sería reconocible por llevar una antena de radio y, si Wittmann y su tripulación lograban destruirlo, contribuirían a generar una completa confusión y desorden aislando al resto de carros de las
instancias de mando superiores.
El StuG III llegó finalmente a la mancha de maleza de la cresta de la colina. Wittmann ordenó a su conductor que se detuviese con el fin de que tanto él como su cargador tuviesen una panorámica de la zona y así poder observar a los vehículos blindados enemigos. Trató desesperadamente de detectar a los carros soviéticos a través de sus prismáticos, pero en ese justo momento no lograba verlos.
«¡Conductor, otros 10 metros!», aulló el comandante. El StuG III avanzó de nuevo mientras Wittmann y el cargador observaban el frente en busca de los blindados enemigos. Tan pronto como el vehículo se adelantó unos metros, Wittmann divisó de repente los carros soviéticos sin la ayuda de binoculares. Avanzaban al noreste de un barranco y mientras contaba el número de vehículos su corazón empezó a latir con fuerza, ya que no paró hasta llegar a doce T-34/76 soviéticos….
Si eres miembro del Club Salamina, recibirás con tu compra en nuestra tienda online de forma totalmente gratuita el Boletín de Salamina N.º1. ¿Todavía no eres miembro? ¿A qué esperas?