Tan pronto como Wittmann oyó el impacto del cañón enemigo de 76,2 mm en el último de sus carros, gritó por radio a sus panzer restantes que arrancasen los motores y se preparasen para marchar sobre el objetivo a toda velocidad. La repentina aparición de un carro enemigo no era una sorpresa para Wittmann, pero lo que lo dejaba perplejo era que no lo hubiesen oído aproximarse, o quizá había estado allí todo el tiempo y esperó a que pasasen todos los blindados para dispararle al último.
Si este era el caso, la única opción para sus panzer era avanzar y tratar de tomar el cruce de carreteras. También cabía la posibilidad de que el carro enemigo hubiese circulado por las calles laterales con mucha cautela y no hubiese sido detectado por tener los comandantes panzer alemanes sus radios encendidas. El ruido de la estática de sus auriculares hubiese sido suficiente para enmascarar el sonido de un vehículo enemigo que se aproximase. En cualquier caso, no era momento de tratar de averiguar lo que había sucedido, se hacía imperante que sus panzer arremetiesen calle abajo y tomasen el objetivo.
Los tres motores Maybach de los panzer restantes rugieron acelerados por los conductores. Wittmann gritó por radio sus intenciones y dio la orden de iniciar la marcha. Sabía que quizá se estaba organizando una trampa para emboscar a su pequeño grupo de carros, pero continuar era la única cosa lógica en semejantes circunstancias. Sus vehículos circulaban y ganaban velocidad manteniendo su distancia entre ellos. Los tres comandantes panzer asomaban las cabezas bien erguidas sobre sus cúpulas blindadas con el fin de guiar a sus conductores y escudriñar los tejados y ventanas de las plantas superiores de los edificios en busca de cualquier indicio de presencia enemiga o de otros carros que estuviesen listos para abrir fuego sobre ellos.
El Tiger de Wittmann continuó a buen ritmo e hizo señales a los vehículos que le seguían para que no se quedasen atrás y continuasen con el ataque. El grado de tensión era muy elevado, ya que era crucial que llegasen y tomasen el vital cruce de la carretera de Caumont.
Bramall y la tripulación de su Firefly ocuparon su posición a la espera de la siguiente fase de la batalla urbana. Era obvio que los carros pesados alemanes tendrían que pasar por sus posiciones de disparo a menos que tratasen de avanzar por una ruta alternativa. Esa última opción parecía poco probable, ya que los panzer pesados tendrían una gran dificultad para moverse por las estrechas calles laterales de la localidad, en las que sufrirían con toda seguridad grandes restricciones a la hora de maniobrar y disparar sus cañones. La avenida de aproximación lógica era continuar por la calle principal, que tenía la anchura suficiente como para permitirles girar sus torretas y adoptar cualquier posición con la que hacer frente a un posible oponente que tratase de impedirles llegar a su objetivo. Este razonamiento afligía tanto a Bramall como a Horne, ya que serían los primeros blindados de la sección en ser destruidos si los alemanes tenían situados sus cañones en la posición de las nueve en punto….