El diario de operaciones de la 3.ª División Panzer del mayor general Hermann Breith hablaba de un «esfuerzo inhumano», con algunas compañías librando combates constantes durante diez días, «incluidas sus noches», y con su fuerza de combate «reducida casi a cero». En una compañía de 60 hombres, 35 padecían de severos episodios de fiebre.
En casos extremos, las unidades llegaron a estar tan apáticas que dejaron de luchar, ni siquiera para salvar sus propias vidas. En un caso concreto del 9 de diciembre, un informe del LIII Cuerpo de Ejército del general de infantería Walther Fischer von Weikersthal afirmaba: «Los soldados ya no son capaces de ofrecer resistencia. Han dejado de luchar». Esos soldados, en lo más profundo del pozo de la desolación y la desesperación, estaban sencillamente fuera del control de sus oficiales. Como recordaba un soldado: «No quedaba nada que me diese esperanza y no había futuro a la vista más que el sufrimiento».
Aunque la fatiga y la angustia de estos hombres era completamente entendible, quizá lo más destacable fuesen sus numerosas historias de aguante humano, que, en última instancia, mantuvieron vivo al debilitado ejército panzer de Guderian. En una carta a casa del 11 de diciembre, el general Heinrici, comandante del XXXXIII Cuerpo de Ejército, se maravillaba ante algunas de las escenas que había presenciado:
«Miro a los muchachos que se han enfrentado al enemigo durante semanas en este tiempo gélido. Con otros treinta, comparten un cobertizo panje atestado de piojos, sin jabón, sin asear y sin afeitar durante días, con heridas infectadas por todo el cuerpo causadas por el rascar constante para aliviar el picor producido por los piojos en uniformes harapientos, sucios y cubiertos de bichos. Los miro y escucho lo que dicen cuando, según el doctor, no están en condiciones para el servicio debido a piernas ulcerosas. Todos declararon el 26 de noviembre: “No vamos a ir al hospital de campaña; no vamos a abandonar a nuestros camaradas justo antes del ataque”. Y al día siguiente vinieron con nosotros a una temperatura de -10 ºC con los pies vendados y sin calcetines. Y ese joven teniente H., cuya compañía visité, que me mostró a sus hombres y fue encontrado inconsciente a la mañana siguiente. ¡Había sido herido hace tres días y no dijo una palabra, porque no quería dejar su compañía, que había perdido a casi todos los suboficiales!».