«Fue desafortunado que estos jóvenes apresuradamente entrenados fuesen enviados a esta lucha. En consecuencia, después de dos o tres días me di cuenta de que estos muchachos no estaban preparados para las exigencias del combate. Volvieron y algunos mostraban estrés mental, se habían deshecho de sus armas, estaban locos, hablaban de forma demencial, y lo digo suavemente, se habían vuelto locos a causa de los combates y no eran capaces de soportar la tensión.
Tuvimos que desarmarlos, tuvimos que ponerlos a nuestro cuidado por la fuerza. No podíamos acercarnos a los que estaban tirados en la nieve. Estaban totalmente perturbados y razonar con ellos no servía de nada. Uno de ellos nos apuntó con su arma, luego se apuntó a sí mismo, tuvimos que desarmarlo. Otros simplemente se tumbaban en la nieve, otros corrían por delante…».