
Aunque Israel salió victorioso de la Guerra de la Independencia, su supervivencia no estaba ni mucho menos asegurada tras las hostilidades. Después de todo, el mundo árabe seguía firmemente comprometido con la destrucción definitiva del país. Pese a que Israel había ampliado su territorio de forma sustancial durante la guerra, sus fronteras de posguerra seguían siendo muy desfavorables desde una perspectiva militar. Eran extremadamente largas, en relación con la superficie total del país, y esencialmente llanas, es decir, no ofrecían obstáculos geográficos de importancia a una invasión que procediese del norte, del centro o del sur. Además, ninguna de las principales ciudades, áreas industriales o bases militares de Israel se encontraba lejos de territorio árabe. De hecho, el centro del país –que albergaba al grueso de su población, la mayor parte de su industria pesada y muchas de sus instalaciones militares- era extremadamente estrecho, con menos de 16 kilómetros de anchura en cualquier punto. En consecuencia, Israel no sólo tenía unas fronteras indefendibles tras la Guerra de la Independencia, sino que, además, carecía de profundidad estratégica.
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