«¡Aviadores, reunión!», a la que siguió una apresurada carrera de pilotos hacia la sala de reuniones, situada bajo el puente. Demasiado cansado para seguirles, me quedé solo en el puesto de control de vuelo. Pronto estuvieron de vuelta en cubierta corriendo hacia los aviones. El oficial de operaciones aéreas regresó al puesto de control y empezó a gritar órdenes en rápida sucesión.
«¡Todos a sus puestos de lanzamiento!».
«¡Arranquen motores!».
«Capitán, ponga proa al viento e incremente velocidad hasta una relativa de 14 metros». Se arrancaron los motores y furiosas llamas blancas salieron a chorro de los tubos de escape. La cubierta de vuelo pronto se convirtió en un infierno de ruido ensordecedor. El teniente de navío Takehiko Chihaya, llegó corriendo a toda velocidad, se paró un instante a la altura del puesto de control de vuelo y me dijo adiós.
Le deseé suerte y lo contemplé como bajaba ágilmente por una escalera y saltaba a la cabina de su bombardero en picado líder, situado cerca de la base del puente. Las luces de sus alas se encendieron, indicando que estaba listo, y pronto brillaron en la oscuridad las luces azules y rojas de todos los aparatos.
«Todos los aviones preparados, señor», informó un ordenanza. De repente los focos iluminaron la cubierta de vuelo, transformando la noche en día. «Aviones listos para el despegue, señor», informó el oficial de operaciones aéreas al capitán del barco. El Akagi navegaba completamente proa al viento con la velocidad aumentada y el anemómetro indicó la velocidad del viento requerida. Del puente llegó la orden, «¡Inicien lanzamiento!». El oficial dibujó un gran círculo en el aire moviendo una lámpara verde de señales.
Un caza Zero, que iba en cabeza de la bandada de impacientes pájaros de guerra, aceleró el motor, ganó velocidad por la cubierta de vuelo y se elevó en el aire, acompañado de un estruendoso vitoreo por parte de la tripulación del Akagi. Gorras y manos se agitaron vigorosamente en el resplandor de las luces de cubierta.