Debido al rápido desarrollo de su naturaleza ideológica, la Operación Barbarroja representa una clara ruptura con todas las campañas alemanas previas de la Segunda Guerra Mundial. Incluso al margen de las implicaciones militares y estratégicas obvias del conflicto abierto entre Alemania y la Unión Soviética, la campaña en el Este constituye un hito en el carácter básico de la guerra en sí misma. Esta diferenciación se entiende mejor con la definición de «guerra total» de Erich Ludendorff en su estudio de 1935, Totale Krieg.
A la definición de esta diferencia no ayuda el uso común del término «guerra total» en los extensos anales de la literatura militar anglo-norteamericana, especialmente en lo relativo a la categorización de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el argumento de Ludendorff es único por su aplicación radical y extremista de la guerra y, al mismo tiempo, por su estrecha cercanía con los métodos adoptados por la Alemania nacionalsocialista. Para Ludendorff, la guerra debería perseguir «la aniquilación del ejército enemigo y de la nación enemiga», siendo el aspecto esencial la falta de distinción entre combatientes y no combatientes, lo que crea la condición previa para la violencia
desenfrenada dirigida indiscriminadamente contra la población civil. Beatrice Heuser ha concluido que la definición de Ludenforff de guerra total abarcaba dos elementos esenciales, a saber, la utilización plena de la maquinaria de guerra moderna combinada con una política genocida.
En su propósito de conquista de la Unión Soviética, los objetivos de guerra alemanes comenzaron a contemplar mucho más que una simple victoria militar, transformando la contienda en una guerra de aniquilación o «guerra total» dirigida contra una nación enemiga percibida como inferior desde el punto de vista racial y con una ideología competidora y hostil. La totalidad de la guerra que se avecinaba se reflejaba en la instrucción de Hitler de primeros de marzo de 1941, en la que afirmaba que Barbarroja iba a ser «más que un choque de armas; es también un conflicto entre dos ideologías. En vista de la magnitud del espacio que abarca, la destrucción de las fuerzas armadas enemigas no será suficiente para poner fin a la guerra». Sin duda, la concepción de Ludendorff de la guerra contra una nación enemiga estaba dando sus frutos.
Las ideas fanáticas contenidas en la filosofía de la «guerra total» de Hitler constituían una desviación radical de sus pasadas campañas y precisaban un grado de brutalidad y dureza sin parangón en Europa desde las campañas genocidas de la Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648). Sin embargo, el concepto de «guerra total» fue identificado en su momento con el término más aceptable de «Nuevo Orden», que determinaba los métodos y políticas de ocupación a aplicar en los territorios recién ocupados en el Este. Los despiadados dictados ideológicos de esta obra y la enorme área susceptible de ser administrada exigían una complicidad predispuesta de las fuerzas armadas, que tendrían que operar en contacto directo o cercano con los excesos criminales de la política genocida. De hecho, la cordial relación entre la Wehrmacht y otras agencias del régimen como las SS y la SD desmiente el mito de la ignorancia o del distanciamiento formal de la brutal dominación alemana que muchos generales (y veteranos de menor graduación) reivindicarían posteriormente en su defensa…
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La Santísima Madre del Cristo que los legionarios españoles llevan a cuestas desde su fundación se expresó en términos muy claros sobre Rusia en Fátima (Portugal), en 1917. Esos términos no coinciden en nada con los que miles de «historiadores» angloparlantes al servicio de su ideología como David Stahel, que insisten en desviar las culpas ocultando los hechos, los frutos del árbol, apuntalando la fábula una y otra vez. O miente Stahel y los suyos, o miente el que cree en ese mensaje de Fátima sobre Rusia, entre ellos los testigos miembros de la gloriosa 250 división de la Wehrmacht alemana y los de la Legión Azul, los únicos testimonios libres de entonces que recorrieron varios frentes y constataron lo que Stahel distorsiona a su gusto y voluntad. Los únicos libres, ojo. No hay libertad fuera de aquellos testimonios, por una u otra causa, incluido el interés material. Y como consecuencia de esa fe o antife, se sacará a la luz la verdad o se mentirá como un poseso. No hay término medio. ¿Quién acabó triunfando? A Hitler le acusaron mundialmente ya en 1922 de exterminar pacíficos obreros en Coburg (ciudad de Alemania) según su «ideología de exterminio y de guerra de aniquilación» (todavía está por esclarecer si es de aniquilación del bien o del mal, que eso es fundamental para ir a una guerra si nos empujan a ella, por ejemplo, con o contra China en un futuro próximo).
Lo que sí debería hacer pensar a quien cree en la fábula de Stahel, es que USA luchó después una guerra contra el comunismo en Vietnam durante largos años, de cuyas víctimas no se sabe aún el número (no vaya a escandalizar a muchos), especialmente los millones que pudieron morir de napalm, arma química que nunca apareció por parte alemana en la guerra contra el comunismo. Fue entonces cuando USA se dio perfectamente cuenta de qué significa invadir el infierno, luchar contra las fuerzas del demonio, incluso ya tarde, cuando ya el demonio no necesitó aliados vitales que le salvasen de ser aniquilado, como en 1941.
Lo que uno no se puede esperar nunca de un «historiador» angloparlante, es decir, de un embustero propagandista que trata inútilmente de «justificar» el proceder de su imperio de habla inglesa, es que se atreva a explicar, ingenieros, pruebas y datos por medio, cómo pudo ser que una nación espantosamente pobre, bajo terror y muerte continua, en fase de exterminio político de su población (este sí real y verdadero), incluidos los propios mandatarios en purgas, y arruinada hasta el holodomor permanente como la URSS, que ni tenía carreteras, ni automóviles, ni camiones, ni tecnología mínimamente apropiada, ni ingenieros, ni la más mínima competencia para producir tan siquiera ropa, calzado o utensilios elementales para la mesa en masa, pudo disponer de vastas cantidades de artillería, ametralladoras, fusiles, pistolas, carros de combate, cazacarros, cazas, bombarderos y munición. ¿Quién armó a la URSS y le fabricó todas esas armas con las que venció? Eso no lo sabremos hasta que pase la noche en la que han sumido esos «historiadores» la versión oficial de los hechos imponiéndola dictatorialmente en toda universidad del mundo.