El día ocho se aproximaron los holandeses, rompiendo el fuego los nueve buques, mientras seiscientos hombres embarcaban en lanchas de desembarco, seguidos de una segunda oleada de otros tantos. El desembarco se produjo en Chuquitanta, a dos leguas de El Callao, para hacer una intentona por tierra, preferible a afrontar las fortificaciones del puerto.
Pero L’Hermite tomó las patrullas a caballo de los españoles por una poderosa fuerza y no se decidió a seguir, ordenando el reembarque. La treta de los españoles había funcionado perfectamente: muchos de los »temibles» jinetes que tanta prudencia provocaron, eran simples civiles a lomos de mulas, sumariamente armados, pero que a distancia parecían aguerridos escuadrones.
Vueltos los holandeses a la isla de San Lorenzo, y ante el puerto de El Callao, atacaron con sus lanchas y galeotas (traidas desarmadas a bordo de los buques mayores), intentanto quemar al inútil «Loreto» y otras embarcaciones allí fondeadas, trabándose escaramuza nocturna con las españolas en la noche del 11 de mayo, sin resultados de mención, salvo algunas bajas por ambas partes y hacer prisionero a un condestable holandés.
El virrey convocó junta, en la que se decidió, en vista de los escasos elementos de defensa, improvisarlos: así se construyeron en apenas veinte días 12 cañoneras o pequeñas galeotas, tres de a tres cañones, las «Magdalena», «Santiago» y «San Cristóbal», otras siete de a dos piezas: «San Juan», «Santa Juana», «Santiago el Mayor», «Trinidad», «Rosario», «Loreto» y «San Ignacio», y tres más de solo una: «Jesús María», «San Pedro» y «Buen Viaje».