Mientras el 2.º Batallón se dirigía al frente marchando en columna, nos encontramos una escena totalmente diferente a cualquier cosa que hubiéramos visto en la guerra. El Ejército de Estados Unidos estaba en plena retirada.
A medida que los soldados norteamericanos fluían hacia la retaguardia, sus rostros reflejaban auténtico pánico. Los soldados habían abandonado sus armas, sus mochilas, su equipo, y sus abrigos. Sus ojos hundidos reflejaban «la mirada de las mil yardas» de hombres paralizados por el pánico. Cuando pasábamos junto a ellos, nos gritaban, «¡corred! ¡Corred! ¡Tienen de todo, carros de combate, aviones, de todo!».
Siento orgullo al decir que no recuerdo que ninguno de nuestros hombres diera una sola palabra por respuesta. No se merecían ningún reconocimiento. Nos limitamos a seguir caminando hacia la lucha que se libraba en algún lugar más adelante. Cuando nos aproximamos a un ligero recodo de la carretera frente a Foy, el batallón se desplegó para despejar los bosques de la parte derecha de la carretera.
Alguien más había ido por el bosque antes de que llegáramos y había entablado un terrible combate. Esta sección de bosque estaba literalmente cubierta de hombres muertos y agonizantes, tanto alemanes como norteamericanos. Nuestros hombres limpiaron algunos nidos de resistencia enemiga y recibieron órdenes a continuación de establecer una línea de defensa.