Posicioné a los hombres a ambos lados de la carretera y me preparé para salir con el propósito de tomar la intersección. El teniente Welsh llevaba a la 1.ª Sección a la cabeza de la columna de la compañía. A la hora prevista, le grité a Welsh, «¡muévete!». Justo cuando comenzó el ataque, una ametralladora alemana emplazada en un edificio en la ladera de una colina comenzó a disparar sobre la carretera. La dotación alemana estaba en una posición perfecta, en el momento oportuno, para destrozar nuestro ataque.
Desde la parte izquierda de la carretera, Welsh envió a seis hombres a la intersección. Fueron directos hacia el cruce y la ametralladora enemiga. Sin embargo, el fuego era muy efectivo. Nuestros hombres a ambos lados de la carretera se mantuvieron agachados en las cunetas, con la cabeza bien gachas, y se quedaron allí, paralizados, dejando que Welsh y sus seis hombres asaltaran la intersección solos.
A mi retaguardia, el coronel Strayer y su estado mayor, incluidos el capitán Hester y Nixon, podían ver lo que estaba sucediendo. Así que me gritaron: «¡que se muevan los hombres, Winters, que se muevan!». Forcejeé para quitarme mi arnés y librarme del exceso de equipo de manera que pudiera correr, ya que era obvio lo que debía hacerse. De pie en mitad de la columna a la derecha de la carretera, grité, «¡vamos, vamos!».
Esto no funcionó; todo el mundo mantenía la cabeza agachada. Se trató de la única vez en toda la guerra que me salí de mis casillas y «pateé culos» literalmente. Salí de aquella cuneta solo con mi M-1 en la mano, y gritando, corrí a la cabeza de la columna, pateé traseros en la parte izquierda de la carretera, luego corrí a la derecha de la misma, yendo y viniendo, gritando a todo lo que daban mis pulmones, «¡venga, vamos!».
Nunca olvidaré la sorpresa y el miedo de aquellos rostros que me miraban. Mientras corría por la carretera como un loco, pareció que la ametralladora alemana se centró en mí. Era un blanco nítido y despejado. Durante unos instantes, tuve la sensación de estar «bendecido».