La marcha de Federico, fuese o no coincidencia, supuso el punto de inflexión de la batalla de Mollwitz. Schwerin acometió la tarea de restaurar la moral. En otro de esos momentos prácticamente desconocidos fuera de Alemania pero que forman parte de la mitología del ejército alemán, uno de los comandantes superiores preguntó por la dirección en que se iba a hacer la retirada: «¡Sobre las formaciones enemigas!», respondió Schwerin.
A continuación, envió instrucciones al príncipe Leopoldo para que ordenase el alto el fuego al segundo escalón, algo totalmente necesario si pretendía recuperar algún atisbo de orden en las filas. Acto seguido, dirigió algunas palabras al 1.er Batallón del Regimiento de la Guardia, que aguantaba firme en el centro del primer escalón. Todo parece bastante simple cuando uno se limita a enumerar los pasos, pero no cabe la menor duda de que se trató de un logro impresionante.
Pese a estar herido, Schwerin se mostraba confiado. La lucha en el ala derecha prusiana había atraído la mayor parte de la atención, la energía y las tropas del enemigo. Sin embargo, la infantería prusiana era dueña de dicho sector a últimas horas de la tarde, después de haber sembrado la muerte entre los austriacos –de caballería e infantería por igual- con un diluvio de fuego efectuado por secciones.
Una señal evidente de ello fue la creciente reticencia de las tropas austriacas del segundo escalón a marchar a cubrir los huecos del primero. Después de todo, para eso es para lo que está el segundo escalón. Sin embargo, a un gran número de soldados austriacos comenzó a parecerle suicida.