Salvo el estado mayor del Cuartel General de la Flota Combinada, todos los que participaban en los juegos de guerra estaban fascinados ante un programa tan formidable, que parecía un sueño con mucha más imaginación que consideración por la realidad.
Más fascinante aún resultaba el modo en que se ejecutaba cada operación en los juegos, sin la menor dificultad, desde la invasión de Midway y las Aleutianas hasta el asalto a Johnston y Hawái. Ello se debía, en no poca medida, a la arbitraria conducción del contraalmirante Ugaki, presidente de los juegos, que intervenía con frecuencia para anular decisiones de los árbitros.
En las maniobras de tablero, por ejemplo, se desarrolló una situación en la que el grupo Nagumo se tuvo que enfrentar a un bombardeo por parte de aviones enemigos basados en tierra mientras sus propios aparatos bombardeaban Midway. De acuerdo con las reglas, el capitán de corbeta Okumiya, oficial de estado mayor de la 4.ª División de Portaaviones y árbitro en los juegos, lanzó el dado para determinar el resultado del bombardeo y resolvió que el enemigo había conseguido nueve impactos sobre los portaaviones japoneses.
El Akagi y el Kaga se anotaron como hundidos. Sin embargo, el almirante Ugaki redujo arbitrariamente el número de impactos enemigos a sólo tres, que aún fueron suficientes para hundir al Kaga, pero que sólo dejaba al Akagi ligeramente dañado. Para sorpresa de Okumiya, incluso esa resolución revisada fue subsiguientemente cancelada y el Kaga reapareció como participante en la siguiente fase de los juegos, cubriendo las invasiones de Nueva Caledonia y las islas Fiyi.
Los veredictos de los árbitros en relación a los resultados del combate aéreo se amañaron de forma similar, siempre a favor de las fuerzas japonesas.