Franz Stigler tenía sus impresiones personales sobre los peligros de tratar de irse al aire con el Me 262 estando sometidos a un ataque aéreo:
«Cuando sonaba la sirena de alarma, el corazón se te salía por la boca. Sabías que en un despegue en frío la operación de calentar motores hasta la temperatura operativa era un proceso que llevaría entre cuatro y cinco minutos antes de poder despegar. Eso es una eternidad cuando tienes que preocuparte de que un caza enemigo en pasada rasante no acabe contigo en la pista de rodadura o durante la maniobra de despegue. O en el aterrizaje. Reza también para que con la tensión del momento no entres en pérdida o sobrecalientes los motores».
También Galland tenía algo que decir al respecto: «La vulnerabilidad de los reactores, en especial durante el despegue y el aterrizaje, era causada por el tiempo relativamente largo que se necesitaba para retraer o extender el tren de aterrizaje, además de por la baja aceleración del aparato con los flaps extendidos y el tren bajado. Por tanto, debíamos tener cazas de pistón, en su mayor parte los narigudos FW 190D, en nuestras bases de reactores para que protegiesen los despegues y los aterrizajes después de que los aliados descubriesen el punto más débil del Me 262».