Schroer presentó a Franz a Marseille, que se sentaba en un sillón de madera hecho con cajas, un regalo de los hombres de intendencia. Marseille y Schroer habían sido compañeros de habitación en la escuela de vuelo y compañeros de formación sobre el Canal. Marseille tenía una botella de coñac francés en una mesa cercana y llamó a un ordenanza para que trajese una copa de coñac para Franz.
Franz estaba sorprendido de que Marseille tuviese un carisma callado y amable, lejos de su reputación tempestuosa.
«Franz es nuevo en la unidad», dijo Schroer.
«¿Has conseguido ya alguna victoria?», preguntó Marseille.
«Todavía no», dijo Franz avergonzado. Todo el mundo sabía que era política de la JG 27 ayudar a un piloto nuevo a conseguir su primera victoria en las diez primeras misiones. Pero Franz vino de la décima tal y como se había ido.
«No hay motivo para disculparse por no haber matado nunca a un hombre», dijo Marseille. Le sirvió a Franz una copa de coñac. «Como soldados, debemos matar o morir, pero en cuanto una persona empieza a disfrutar matando está perdida. Después de mi primera victoria me sentí muy mal». Después de haber vaciado una botella de coñac, Marseille y Schroer compartían sus secretos de combate y supervivencia con Franz, inclinado cerca de ellos, con sus ojos alicaídos de tanto beber.
«Dispara desde lo más cerca posible, desde unos setenta metros o menos», le dijeron.
«Bebe mucha leche, es buena para los ojos».
«Mira al sol durante unos minutos cada día, para desarrollar la tolerancia».
«Fortalece las piernas y los músculos del abdomen, de modo que puedas soportar más Gs».
Franz asintió, tratando de establecer una nebulosa lista mental.
Franz quería preguntarle a Marseille si todas las historias que había escuchado eran ciertas….