En el transcurso de los días siguientes se levantó la línea de frente principal planeada. Tras largas deliberaciones se decidió que el frente occidental debía disponerse a buena distancia del río Don con el objeto de mantenernos alejados de su pronunciada orilla occidental.
Habitamos una zanja anticarro cuya función más reciente había sido la de letrina. Nos hallábamos a unos cinco kilómetros a la retaguardia del frente occidental, donde éramos atacados a diario por los rusos, cuyo mayor interés era dicho frente. La artillería, los órganos de Stalin y la aviación nos machacaban día y noche. Trasladamos varias veces nuestras posiciones defensivas y logramos incrementar nuestro número de efectivos allí. El Regimiento de Intendencia, situado alrededor del Punto 438, tenía unos efectivos de combate de 600 hombres equipados con treinta ametralladoras MG y dos cañones contracarro de 37 mm.
Para estos últimos teníamos proyectiles contracarro de alto explosivo. A las 10:00 horas del 4 de diciembre quedamos sometidos al fuego de un carro ruso que había penetrado el perímetro. Por pura casualidad, un panzer dañado estaba siendo remolcado por una cabeza tractora a unos 100 metros del ruso. Hubo un breve intercambio de fuego. El carro ruso estalló en llamas: la tripulación salió al exterior y fue barrida. Después de que hubiésemos trabajado en la mejora de nuestros pozos de tirador sobre el terreno hasta que nos proporcionaron protección contra la nieve y la tormenta, nos ordenaron trasladarnos a Dubininski.
Gradualmente fuimos notando la reducción en las raciones. Nos daban 200 gramos de pan por día y carne de caballo. La reducción se afrontó con arrestos; al menos la moral era buena. ¡Era simplemente impensable que fuesen a permitir que todo un ejército se fuese al traste aquí!