Aunque distaba de ser un fanático de este deporte, esa mañana me tocó dirigir una patrulla de 6 Tempest del 56.º Escuadrón escoltados por otros seis del 274.º. Sobrevolando Kassel, mientras todo el mundo buscaba una locomotora, y gracias también a esas malditas nubes bajas que lo ocultaban todo, aparecieron a nuestra derecha una veintena de Focke Wulf 190 D9 de «morro largo», probablemente de la JG 26, que solía hacer estragos por la zona.
«Talbot, ¡romped por derecha!».
De inmediato se sobrevino una batalla campal en un espacio limitado por el techo de nubes. Era un mal comienzo. Sin embargo, tenía un excelente número 2 que no me quitaba el ojo de encima, situándose, de hecho, demasiado cerca, por lo que me miraba a mí en lugar de mirar mi espalda y la suya…
Justo cuando logré conseguir el ángulo adecuado para disparar, pasó un morro alargado acompañado de un haz de trazadoras y recibí un impacto en el ala derecha. Salí despavorido en picado, a tiempo de ver cómo estallaba literalmente el avión de mi compañero. De la bola en llamas cayeron dos alas con escarapelas. Completé el tonel y, tirando de la palanca hacia la barriga, ascendí de nuevo a las nubes seguido por dos Tempest.
Me pregunté qué hacían los pilotos del 274.o, que se suponía que nos estaban cubriendo, cuando algunos Spitfire XIV del 41.er Escuadrón, alertados por Control, se lanzaron al combate.
«Talbot, Rojo, al ataque».
Toqué retirada, ya que en ese revoltijo nos habíamos desviado hacia un gran aeródromo cuya flak abrió fuego de inmediato sobre amigos y enemigos. Probablemente se tratase de Rheine/Hopsten, donde, después de todos los bombardeos que había sufrido durante las dos últimas semanas, los artilleros andaban muy nerviosos.
Tres Tempest volaban bajo, dirigiéndose al oeste. Me uní a ellos para regresar en su compañía. Eran aviones del 486.o. Al final, derribamos dos D9 –uno el 274.o y otro el 56.o-, pero perdimos cuatro Spitfire. Resultaba curioso que nuestro 56.o Escuadrón de la RAF se enfrentase a veces a la JG 56 de la Luftwaffe.
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