El sargento Bourgogne vivió intensamente el incendio de Moscú, hasta tal punto que dedica un capítulo completo al mismo. En uno de los primeros parajes cuenta después de salir a la calle de un palacio en llamas donde habían acabado con nueve incendiarios que los habían atacado:
«A continuación nos encontramos con algunos chasseurs [cazadores] de la Guardia, que nos dijeron que los propios rusos habían incendiado la ciudad y que los hombres que acabábamos de encontrarnos eran los responsables de ello. Poco después sorprendimos a tres de estos desgraciados prendiendo fuego a una iglesia ortodoxa. Al vernos, dos de ellos arrojaron sus antorchas y huyeron. Nos dirigimos contra el tercero, que conservó su antorcha y que, ignorándonos, trató de seguir a lo suyo: un culatazo de mosquete en la cabeza fue el castigo a su obstinación».
«Justo entonces nos encontramos con una patrulla de fusilier- chasseurs [fusileros-cazadores], que como nosotros se habían perdido. El sargento al mando me dijo que se habían tropezado con convictos que prendían fuego a una gran cantidad de casas, que habían encontrado a uno al que le había tenido que cercenar la muñeca con su sable para obligarlo a arrojar la antorcha, pero que la había cogido con su mano izquierda para continuar con la faena y se habían visto obligados a matarlo».