Al llegar el invierno, Reinhardt no podía ofrecer más que el ejemplo de su liderazgo y su voluntad de soportar las condiciones del frente como ellos, al menos en parte. Al escribir a Eva sobre la admiración que sentía por sus hombres, Reinhardt confesó:
«Estoy profundamente conmovido por lo mucho que debo exigir a mis valientes tropas. Con temperaturas de [menos] 30 grados, todo es el doble de difícil de soportar; surgen problemas tanto para los hombres como para los vehículos que hasta ahora nos eran desconocidos. Cuando, como comandante en el frente, solo puedes dar las gracias y expresar tu reconocimiento, mientras que en tus adentros te alegras de que, después de todo, todo el mundo está tirando del carro, y no prometes nada en forma de ayuda, sino que debes marcharte con meras palabras de aliento a seguir teniendo fe y exigir que aguanten… bueno, eso es duro. Y, sin embargo, tengo la sensación de que visitar el frente era importante para mí, especialmente hoy, y, en cualquier caso, lo prefiero a sentarme en mi salón y estar sometido a una tensión continua enganchado al teléfono. Por fuera no pierdo la compostura y conservo mi fe en la victoria, pero por dentro lucho conmigo mismo y sufro.