El comandante del submarino británico HMS Cachalot (N-83) desechó el cañoneo nocturno en emersión debido al gran perfil de su unidad. Navegando de noche y a toda máquina se ubicó muy por delante de la ruta del tanquero para torpedearlo cuando el barco se acercara a su posición.
Una vez alcanzada la zona de patrulla que le correspondía la aparición de un destructor de la Regia Marina obligó al Cachalot a sumergirse. Esto permitió a su comandante, el teniente de navío Hugo Rowland Barnwell Newton percatarse de que el error de un operador cometido durante el desplazamiento en superficie había impedido la recarga de las baterías, cuyo nivel de energía era muy bajo.
Cincuenta y cinco minutos después el Cachalote emergió y, navegando a toda máquina y con los mejores vigías en la torre, puso proa hacia la ubicación estimada del carguero del Eje teniendo en cuenta que, de no encontrarlo en una hora, deberían abandonar la misión debido al crítico nivel de carga de las baterías. A las 03:35 de la madrugada del 30 de julio de 1941 el serviola de estribor anunció que había descubierto al tanquero enemigo entre los esporádicos bancos de niebla. Duplicando el número de vigías por babor para detectar el posible regreso del destructor, el submarino inició la persecución del blanco. Veinte minutos más tarde y presionado por el bajo nivel de energía de sus baterías y por los bancos de niebla que amenazaban con espesarse, el teniente Barnwell decidió cañonear al tanquero y luego rematarlo torpedeándolo desde la superficie.
Los primeros cuatro disparos del cañón de cuatro pulgadas de cubierta efectuados a una distancia de 1.370 metros bajo la tenue luz de la luna creciente cayeron muy lejos de la nave italiana. Solo la undécima salva pareció impactar el tanquero, generando fuego y una densísima nube de humo en medio de la cual los británicos pudieron ver al navío cambiando de ruta para dirigirse contra ellos. Mientras el Cachalot maniobraba para evitar el abordaje en caso de que esa fuera la intención del rival, sus vigías perdieron de vista al tanquero desaparecido entre las volutas de la nube de humo y un banco de niebla que llegó en su ayuda.
Pocos minutos después un pequeñísimo destructor surgió de entre las brumas a solo 730 metros y, lo que era peor, navegando contra ellos a toda máquina. Las intenciones del enemigo eran bien claras: embestir al submarino.
En el momento en el que la inmersión de emergencia ordenada por el teniente de navío Barnwell Newton comenzó a hacer efecto, el atacante estaba a solo 275 metros. Consciente de la futilidad de su intento de huida, el comandante británico suspendió la maniobra y ordenó abandonar el barco.