De todos los sectores de Stalingrado, éste fue el lugar donde se mostraron más valientes, más desafiantes. Sin embargo, ese heroísmo podría haberse visto empañado de haberse producido un solo incidente en el que las tropas retrocediesen y recibiesen disparos de su propio bando. Seguramente un comandante de división como Lyudnikov o un comandante de regimiento como Pechenyuk habrían considerado vergonzoso que sus hombres retrocediesen y fuesen disparados por los destacamentos de bloqueo.
Quizás la última palabra la tengan el hombre que mandó el destacamento del NKVD en la isla de Lyudnikov y el papel que realmente desempeñó. Según el teniente Senchkovsky:
«Aislados de la base principal de suministros, notamos la escasez de alimentos, pero, sobre todo, la escasez de municiones. Sin embargo, nadie –ni los soldados ni los mandos- soñó nunca con abandonar la cabeza de puente, sino que luchó firmemente por cada palmo de terreno, manteniendo el juramento de no abandonar el Volga. Los invasores alemanes lanzaban furiosos ataques cada día con una superioridad de efectivos y material que simplemente no estaba a nuestro alcance. Nuestros valientes soldados dejaban en el campo de batalla pilas de cadáveres enemigos con sus municiones, y así, aprovechando este botín, reponíamos nuestras existencias de armas y municiones».