Tras esperar a que anocheciera, nos pusimos en marcha hacia el punto de cruce. Marder y yo cubríamos la retirada con nuestros carros de combate. Fuimos los últimos en llegar al puente de pontones y habíamos cruzado ya la parte más expuesta cuando un intenso fuego de cañón nos alcanzó por detrás.
Tuve tiempo de decirle a Misha por radio: «¡Nos han incendiado!». Entonces escuché su respuesta: «A nosotros también». Los alemanes habían logrado incendiar ambos carros con impactos en la parte trasera. Un proyectil impactó en la transmisión de nuestro carro y el motor comenzó a arder. Ese ese mismo momento, bengalas iluminaron todo el punto de cruce y la orilla. ¡Siguió una auténtica tormenta de fuego! No había posibilidad de salir por las escotillas de la torreta –¡íbamos a ser aniquilados! Nos deslizamos fuera del carro por la parte inferior a través de la escotilla del suelo de la barcaza después de recoger lo más necesario: subfusiles, tambores de munición y granadas de mano. También retiramos una ametralladora, un botiquín de primeros auxilios y ponchos de camuflaje. Nos quedamos allí escondidos, debajo de nuestro carro. Todos los miembros de mi tripulación estaban vivos y ni siquiera habían recibido un rasguño.
Pero, ¿qué tal le habría ido a Misha? Con la claridad de las bengalas, vi como la tripulación de Marder salía también de su blindado por la escotilla de emergencia, lo que significaba que estaban vivos. Allí ocultos, esperamos; ¡¿cuándo se cansarían los alemanes de disparar bengalas?!
No tardó en aparecer una partida alemana de reconocimiento. Nos apretamos lo más que pudimos contra el suelo, pero los alemanes pasaron de largo sin detenerse. Por fin, todo quedó en calma. Nos arrastramos hasta el carro en llamas de Marder y nos encontramos con su tripulación, que venía igualmente en nuestra busca. Misha nos dijo que había oído a los exploradores alemanes decir: «Ahí hay diez ivanes quemados»….