A la izquierda de Essling, el enemigo habían emplazado cincuenta piezas de artillería frente a nosotros. Me dieron ganas de hacer mis necesidades pero ante la imposibilidad de poder hacerlo en la retaguardia me tuve que adelantar a la línea de batalla.
Tras avanzar una distancia prudente dejé mi mosquete en el suelo y me puse a mis cosas, dándole la espalda al enemigo. Una bala de cañón rebotó en el suelo cerca de mí y me salpicó de tierra la espalda. Me sentí abrumado por este golpe; por suerte fue la mochila la que me salvó. Tras acabar, recogí el mosquete con una mano mientras me subía los pantalones con la otra y regresé a mi puesto con el lomo un poco magullado. Mi comandante, al verme en ese estado, se me acercó al galope: Me preguntó, «¿estás herido?». «No es nada comandante, han querido limpiarme el trasero pero fallaron». «Vamos, bebe un trago de ron para recuperarte».
Me ofreció una botella forrada de mimbre que tomó de las fundas de sus pistolas. «Después de ti, por favor», le dije yo. «¡Dale un buen trago! ¿Vas a volver solo?». «Sí», le contesté. Partió al galope y yo llegué a mi puesto con mi mosquete en una mano y sujetándome los pantalones con la otra. Una vez situado en la fila estuve listo.
«Bueno», me dijo el capitán Renard, «has escapado bien». «Así es, mi capitán. El papel del enemigo es muy áspero, no pude usarlo. Son unos patanes»…