Barbarroja plantó su tienda en lo más alto y visible del real, izando a su lado el estandarte del sultán. Ulamen debía batir desde su plataforma la cara norte de Castelnuovo mientras que el almirante turco lo haría con otras dos desde la parte oriental.
Desde el mar Salac debía bombardear sin descanso de la mañana a la tarde la fortaleza de la marina con tandas sucesivas de diez galeras, montando algunas de ellas hasta 2 y 3 cañones gruesos. Antes de que comenzaran los cañones a batir la plaza mostraron los jenízaros mucho deseo de medirse con los españoles, provocándolos a salir y entablar combate con ellos.
Orgullosos y presuntuosos, agitando cimitarras y arcabuces, les gritaban a los soldados españoles que estaban en las murallas «que un español bastaba para dos soldados turcos, y un jenízaro para dos españoles». Aceptando la lucha y furiosos por la afrenta salieron en tromba por la puerta de la plaza 800 españoles, la mitad arcabuceros, y fue tal la escabechina que mataron a mil jenízaros e hirieron a otros tantos, obligando a los demás a retirarse y meterse literalmente en el mar, por no poder retroceder hasta el campamento.
Este revés tan precoz y tan fuera de lugar provocó la ira de Barbarroja, pues suponía una pérdida de reputación de las armas turcas antes de comenzar si quiera el sitio, además de un golpe moral para el resto de tropas y una preciosa pérdida de efectivos de las unidades más veteranas del ejército turco, de las que se esperaba que marcasen la diferencia en el momento decisivo de tomar la plaza. Visto lo poco provechoso de entrar en combate cuerpo a cuerpo con los españoles, el almirante otomano prohibió las escaramuzas.