Quedaba todavía un kilómetro y medio hasta poder alcanzar las posiciones enemigas, comenzaba a clarear y podíamos vislumbrar las formas de los árboles y edificios del sovkhoz. Los alemanes tampoco habían abierto fuego todavía, presumiblemente para no malgastar munición.
Las tripulaciones anticipaban ansiosamente la acción. Todo el mundo quería atacar al enemigo con mayor rapidez, acabar con la agonizante incertidumbre –porque cierto es que no hay nada peor que la espera. Los muchachos se pegaron con ganas a los dispositivos de observación, el tirador, Vitya Belov, y el cargador, Misha Tvorogov, se encendieron unas «patas de cabra» [cigarrillos liados a mano] – qué rápido habían aprendido de los veteranos el modo de enrollar hábilmente un cigarrillo alrededor del dedo meñique. El olor del makhorka [tabaco barato y fuerte] comenzó a impregnarlo todo en el interior de la cámara de combate.
Mediaba todavía alrededor de un kilómetro entre nosotros y el enemigo, y los alemanes, tras descubrir que un gran número de carros de combate avanzaba contra ellos, desataron una tormenta de fuego. ¡Era extremadamente preciso! Un proyectil explotó unos 20 metros por delante de nuestro carro. Casi de inmediato, un segundo proyectil rebotó contra el lateral izquierdo; nuestro KV-1S de 47 toneladas se estremeció y el fogonazo de la explosión iluminó el compartimento interior –parecía que el carro se había incendiado. Pero los tripulantes no se movieron de sus puestos; nadie quería revelar que estaba asustado y todos aguardaban ansiosamente mi orden.
Yo había visto el fogonazo del disparo, pero no acertaba a divisar el cañón, que estaba muy bien camuflado, así que ordené al conductor: «¡Tolya! ¡Adelante en zigzag!». Luego me dirigí al tirador y al operador de radio: «¡Viktor, Nikolay! ¡A los artilleros alemanes con las ametralladoras! ¡Fuego!»…