Avanzamos por la carretera. De repente el terreno que había frente a nosotros se empinó hacia arriba. No podía creer lo que veía. Donde había estado la carretera había ahora un gran cráter. La carretera se había desmoronado sobre el barranco. El sudor dibujó gruesos trazos en nuestras caras. Estábamos aterrorizados. ¿Íbamos a salir volando en los próximos segundos? Cien metros más adelante la montaña se sacudió de nuevo, y después de que se hubiera asentado el polvo vimos otro agujero en la carretera.
Nos escondimos detrás de unas rocas sin atrevernos a movernos. Casi me atraganto de la náusea. Grité a Emil Wawrzinek para que continuara el ataque. Pero el bueno de Emil me miró como si dudara de que estuviera en mis cabales. El fuego de ametralladora comenzó a impactar en las rocas que había delante; nuestro elemento de vanguardia estaba formado únicamente por unos diez hombres. ¡Maldición! Ciertamente no podíamos permanecer allí mientras se volaban cráteres en la carretera y el fuego de ametralladora nos tenía fijados en los escombros.
Pero yo también estaba en cuclillas, totalmente a cubierto y temiendo por mi vida. ¿Cómo iba a ordenar a Wawrzinek que se pusiera en marcha primero? En mi angustia sentí con la mano el suave borde redondeado de una granada de huevo. Grité al grupo. Todos me miraron atónitos cuando les mostré la granada, tiré de la anilla y la dejé rodar detrás del último granadero. En la vida presencié semejante salto al unísono hacia delante. Como si nos hubiera picado una tarántula corrimos por entre las rocas adentrándonos en el cráter. La parálisis se había interrumpido; había sido la granada. Nos sonreímos unos a otros y nos precipitamos hacia delante en busca de nueva cobertura…..
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