No cabe duda, Medina Sidonia sabía de la importancia de la intervención de su armada y de la necesidad de conservar su potencial, y cumplió con el papel asignado. Pero también entendía de la significación de deshacer en el mar la fuerza naval enemiga antes del cruce. Sin perder el norte de su obligación principal, intentó aprovechar las ocasiones de situaciones tácticas (sobre todo el barloventeo) que se le presentaron y estuvo en todos los encuentros capitaneando la defensa de su unidad.
Es más, vista la imposibilidad material de poder ganarle el barlovento y lo huidiza que se manifestaba la flota inglesa cuando se disponía del favorable viento, pidió apoyo de Farnesio para que de sus unidades navales le enviase navíos ligeros que pudieran competir en velocidad y movilidad con los homónimos del enemigo y así llegar a romper el estatus pasivo al que se había visto obligado. Y con seguridad tomó la iniciativa en diversos episodios que dieron lugar a encuentros forzados, aparentemente por ambas partes, como el del 3 de agosto, miércoles, cuando un marino de la experiencia de Juan Gómez de Medina amanece descolgado de la formación española y cercano a la inglesa con su urca el Gran Grifón, incidente o premeditación. Al igual que lo narrado con anterioridad con el galeón San Luis y la urca Duquesa Santana, incidente o premeditación.
Podría pensarse que fue lo segundo a tenor literal de la comunicación, ya referida del 5 de agosto, en que manifiesta a De Parma: «es forzoso las más veces hacerles rostro y responderles con lo mismo [combatir al cañón], y en esto se gasta lo que vuestra excelencia podrá considerar [balas de artillería], sin ser parte para excusarlo ni tener medio ninguno para poder abordar con ellos, aunque se hacen cuantas estratagemas se pueden para obligarles a esto [llegar al abordaje], …»; a esto habría que añadir, probablemente, la iniciativa propia de Recalde del día 31 de julio, que con seguridad lo buscó pero no lo consensuó con sus gentes y, aguantando la posición, recibió al cañón a varios galeones enemigos, por los que fue rodeado sin entrarle a abordar, mientras ciertas unidades de su ala se desentendieron de la situación comprometida en la que se vio inmerso buscando un enganche con los ingleses.
No, el duque de Medina Sidonia no tenía unas instrucciones estrictas que cumplir, sino una estricta misión que llevar a cabo para el buen fin del operativo global, la cual cumplió al menos en su primera parte, pues se posicionó frente a las costas flamencas con su armada intacta y potencialmente peligrosa para la defensa del reino Albión. De lo contrario el mando inglés no hubiese lanzado a la desesperada, con barcos incendiarios la noche de 7 agosto, un ataque improvisado que al día siguiente condujo a la denominada batalla de Gravelinas, más que batalla a una gran escaramuza de combates individuales, desordenados, extendidos y sin un objetivo claro por parte de los ingleses…