«Al no tener nadie experiencia en paracaidismo cada uno tenía sus propias ideas, y a menudo dispares, de cómo entrenar mejor el salto adelante», recordaba el second lieutenant Ian Smith, integrante de los primeros saltadores de Ringway. El 11 de julio de 1940 pilotos e instructores arrojaban muñecos de 91 kg por un agujero de un metro abierto en el suelo de un bombardero Whitley, para probar los paracaídas de entrenamiento.
Dos días después, alrededor de 100 hombres del Nº 2 Commando observaron la primera demostración en vivo. «¿Cómo aterrizar?», meditó Smith. «Una corriente estaba a favor del método de las piernas separadas, otra de la voltereta hacia delante y algunos…. pensaban que la mejor manera de aprender era saltando desde una pared alta». Se mostraron dos maneras de salir del avión; el salto a través del suelo del Whitley, antiguo compartimiento de bombas, y arrojarse desde una plataforma situada en el lugar de la torreta de la ametralladora de cola, que había sido retirada. Los alumnos, que observaban a los especialistas desde tierra, apenas se sentían animados por lo que estaban presenciando.
En noviembre, Harry Ward, que había reingresado en la RAF después de dejar su espectáculo de saltos, fue nombrado instructor jefe paracaidista en Ringway. Tildó el método del «salto desde la plataforma» de completamente inoperante, porque desde el punto de vista táctico solo podía salir un hombre cada vez. «Tenías que arrastrarte hasta la cola del Whitley, pasar por la pequeña apertura para entrar en lo que había sido la torreta de la ametralladora, que ahora era una plataforma abierta [en la cola del avión], permanecer allí bajo la barra que colgaba de la cola del Whitley, agarrándose con una mano a la barra, tirando de la anilla y saliendo despedido».