Unos cincuenta granaderos panzer se habían refugiado en algunas trincheras abandonadas y en refugios a prueba de bombas dejados por los antiguos defensores del aeródromo. Estos cincuenta eran lo supervivientes del I batallón del 26 Regimiento. El resto del batallón había ocupado el extremo exterior del aeródromo. Los efectivos de esta posición ascendían a un total de entre 150 y 200 soldados.
Los defensores de Carpiquet ya no disponían de ningún arma con la que destruir carros de combate. Los cañones contracarro de este batallón habían sido destruidos unos pocos días antes. No obstante se habían tendido campos de minas en su frente. Los granaderos panzer conocían su cometido. El jefe de sección y sus soldados debían retirarse combatiendo en una acción dilatoria hacia las afueras de la parte oriental de Carpiquet y atraer a los atacantes canadienses para que se introdujeran en la villa. Se habían emboscado cañones de 88 mm al este de Carpiquet. Además, las afueras de la población estaban enfiladas por los campos de tiro de carros de combate adecuadamente posicionados.
Como resultado de los combates anteriores ya no era posible reforzar a los efectivos de infantería en este sector. La única opción para la defensa era la concentración de todas las armas pesadas. Nuestra artillería y los morteros se encontraban ya apuntando sobre la villa. Tras mi llegada al puesto de mando de la división se me informó de una animada actividad de radio por parte canadiense. Su evaluación llevó a la conclusión de que las fuerzas enemigas estaban concentradas en Norrey y St. Manvieu. Dicha actividad se incrementó de manera significativa el 3 de julio.
Para aprovecharnos de la posibilidad de desbaratar los preparativos de las unidades atacantes e infligir, cuando menos, graves daños a un enemigo que estaría presumiblemente reunido en un espacio muy reducido, se dirigió contra dicho espacio el fuego concentrado de la artillería a las 06:00 horas. Logramos alcanzar sus áreas de concentración, obteniendo buenos efectos.
Mientras los cohetes sobrevolaban el aeródromo dejando sus largas y furiosas estelas detrás de ellos, me subí a lo alto de los escombros de los edificios del aeródromo en busca de Bernhard Krause. Bernhard había escogido un refugio a prueba de bombas para establecer su puesto de mando. Desde allí podía observar el aeródromo y Carpiquet.