Luego surgió la cuestión de nuestros carros de combate en relación con los carros alemanes, y respondí diciendo que en el transcurso de los combates librados hasta el momento habíamos destruido dos carros alemanes por cada uno perdido. Declaré también que todo nuestro equipo, indumentaria, etc., era superior a cualquier cosa que tuvieran los Aliados o los alemanes.
Pensando en las críticas a los carros de combate a raíz de la conversación mantenida con los corresponsales de prensa, escribí una carta al general Handy repitiéndole lo que le había dicho a los mismos. Esta carta recibió un amplia difusión y tuvo un efecto considerable en el freno de esa crítica estúpida, que no solo era incierta, sino que además ejercía un mal efecto en la moral de nuestros soldados. La historia que se difundió por toda Norteamérica sobre que nuestros carros eran inferiores a los alemanes llegó al fin a los soldados de primera línea y causó alguna aprehensión entre ellos.
Si cogemos dos carros de combate y los comparamos punto por punto —cañón, velocidad inicial, protección del blindaje, etc.— quizá hubiera una ventaja para el carro alemán si se comparaban los suyos más pesados con los nuestros de la época. Si los dos carros se encontraban en la calle de una villa y tuvieran que combatir, permaneciendo constantes el resto de condicionantes, probablemente el carro norteamericano se hubiera llevado la peor parte. Sin embargo, no era esta la idea del general sobre cómo debían utilizarse los carros en combate. Su idea consistía en no utilizar nunca los blindados en combates carro contra carro, sino penetrar las líneas enemigas y luego sembrar el caos en la retaguardia.