Exactamente a las 17.30 horas los cañones comenzaron a rugir y a aplastar el bosque desde ambos lados de la carretera. Los motores de las motocicletas aullaban; tanto éstas como las que llevaban sidecar con hombres en su interior parecían animales de presa.
Agarrados fuertemente a sus máquinas, mis camaradas bajaron desde la elevación y corrieron hacia las detonaciones de los proyectiles y las ráfagas de las ametralladoras enemigas. En pocos segundos la compañía había llegado a la linde del bosque y había desaparecido. Peter apretó el acelerador y salió corriendo en busca de su compañía.
El fuego de artillería estaba todavía dirigido a la linde del bosque. Ni un solo disparo de artillería fue hecho contra nosotros. Pequeños caballos desaliñados masticaban sus bridas. Los rusos en fuga escaparon hacia el norte por ambos lados de la carretera. Pero ¿qué sucedió entonces? La compañía se detuvo. Comenzó a luchar con los rusos en retirada y con bolsas aisladas de resistencia.
La compañía comenzó a avanzar como si fuera de infantería y perdió un tiempo precioso. ¡Esto no se debía de haber permitido! Debíamos llegar al cruce de carreteras que había unos kilómetros más al norte e impedir que los rusos efectuasen una retirada ordenada desde el bosque, a la izquierda de nuestra línea de avance. Los vehículos blindados y los cañones de asalto despejaron el camino para los kradschützen. En cuestión de minutos fueron capturados cañones, cabezas tractoras y camiones. La única cosa que no estaba permitida era detenerse –¡solo continuar y aprovecharnos de la confusión del enemigo!
Rusos agotados se aproximaron a nosotros, desarmados y gritando. Al principio no podía entender sus gritos, pero luego escuché: «¡Ukrainski! Ukrainski!». Estaban alegres como niños y se abrazaban unos a otros una y otra vez. La guerra había terminado para ellos.