Se recibió la orden del capitán Ritgen, «¡A vuestros puestos! ¡Cerrad escotillas!».
«De repente, los tiradores oyeron a los jefes de carro gritar: “Apuntad, carro de combate enemigo a las 11 en punto –¡fuego!”». Ernst ordenó a su conductor que se dirigiese a la derecha y, al girar hacia el pequeño bosquecillo pudo ver tres carros de combate a cincuenta metros de distancia y un Churchill en llamas.
Detrás del Churchill se vislumbraban las siluetas de los otros carros británicos, que aprovechaban confusos el espeso humo para retirarse y desaparecer detrás de un seto. Unos metros más adelante, el segundo teniente Ernst confirmó que eran carros británicos –y en ese mismo instante abrió fuego un Cromwell a la derecha.
«Grité a mi tirador: “¡Feuer!” y nuestro proyectil pasó rozando la parte superior de la cúpula del Cromwell», recordaría Ernst. El enemigo desapareció detrás del seto; entonces nos sometieron a fuego desde el otro lado. “¡A la izquierda!”, grité, y el Panzer IV giró con una sacudida. El contorno del carro enemigo se agrandó en el visor. El retroceso del cañón sacudió el carro de combate hacia atrás mientras el proyectil salía disparado hacia la maleza.
Sonó como un impacto directo. Se elevó humo hacia el cielo. No hubo más movimientos. Es evidente que debían estar tan sorprendidos como nosotros. Tras el impacto habían logrado salir del carro, escapando, así, a la muerte».