El Generalfeldmarsahll Erich von Manstein fue ciertamente un genio, un hecho que él siempre estuvo dispuesto a recalcar. Pasó gran parte de la guerra haciendo justamente eso y en las memorias que escribió con posterioridad, su genialidad, junto con los juicios denigratorios sobre todos y cada uno de los demás oficiales del ejército, fue el tema principal. Su personalidad podía llegar a ser áspera y su lengua afilada. Uno de sus oficiales de operaciones, el Oberst Theodor Busse, mirando atrás, recordaría el momento en que se encontró con él: «Durante las primeras semanas no podía verlo ni en pintura; nunca abandoné su presencia sin sentirme dolido».
Sin embargo, hay algo de verdad en el viejo dicho que indica que si puedes demostrarlo no es fanfarronería y Manstein podía. Entendía bien tanto las operaciones móviles modernas como el modo tradicional alemán de hacer la guerra en el que tenía que planificarlas y ejecutarlas. Podía asimilar una situación muy compleja con solo echarle un vistazo al mapa y una vez que había tomado una decisión, la ejecutaba despiadada y resueltamente.