Nunca experimenté nada parecido a este combate ni antes ni después. Vacié de inmediato el primer cargador de ocho balas, y todavía de pie en mitad de la carretera, metí un segundo cargador. Disparando todavía a la altura de la cintura, lo vacié contra el grupo enemigo. Para entonces podía ver a algunos alemanes encararse los fusiles para tratar de dispararme, pero se molestaron unos a otros con empujones, así que no pudieron afinar ningún disparo contra mí. La mayoría de ellos echó a correr. Tras vaciar el segundo cargador salté de nuevo a mi lado de la carretera en busca de cobertura. Al mirar a mi derecha pude ver a Talbert corriendo con la cabeza agachada y tratando de llegar al dique. Le quedaban todavía unos 10 metros para llegar a la carretera. Justo detrás de él venía el sargento Arder, corriendo a grandes zancadas. Mi columna todavía estaba tratando de llegar a la carretera. Tropezando con los hilos de alambre, se hallaban todavía a unos 20 metros de distancia. El teniente Peacock iba al frente de su columna, pero también se hallaba aún a unos 20 metros de la carretera.
Sin esperar al esto de la sección, metí otro cargador y comencé a disparar en series de uno o dos disparos, volviendo luego de nuevo al suelo. Entre tanto, los alemanes corrían todo lo que podían, pero los que llevaban abrigos y mochilas no podían dar grandes zancadas en su carrera hacia el este por el pie del dique. Para entonces, Talbert, Rader y su gente estaban en posición y abrieron de inmediato un fuego mortífero y preciso. «Fuego a discreción», ordené. No se podría haber escrito mejor guión que este. Los pelotones de Talbert y Rader practicaron el tiro al pato en la retaguardia de esta masa de hombres en retirada. Era prácticamente imposible fallar un tiro.