La estructura recibió el sobrenombre de «Casa del Infierno». Durante tres horas, los marines trataron de abrir una vía de escape en las ventanas enrejadas, en las paredes y en las puertas cerradas con llave, hasta que los refuerzos penetraron, finalmente, en el edificio y los extrajeron bajo el fuego; acto seguido, destruyeron la casa con una carga de 20 libras. «Una explosión tremenda», recordaría el teniente Jacobs. «La casa se vino abajo. Quedó completamente destrozada. Fuimos a inspeccionar los daños para ver si podíamos encontrar a algún enemigo muerto. Miramos por un lado de la casa y no encontramos nada. Supusimos que todos estaban muertos. Así que iniciamos el camino de regreso a la base. Cuando pasábamos por delante de la casa, salió una mano de los escombros y nos lanzó una granada de mano. Todo el mundo vio venir la granada, así que pudimos dispersarnos. La granada estalló. Los marines estaban más o menos en círculo alrededor del tipo y, simplemente, desataron el infierno sobre él. Debimos dispararle unas 100 veces»
Los marines atribuyeron las aparentes «capacidades sobrehumanas» de los insurgentes al uso de adrenalina y otras drogas, como la cocaína, la heroína y las metanfetaminas, ya que soldados y marines habían descubierto dichas sustancias durante sus registros. El capitán McCormack observó que todos los chalecos tácticos estaban estandarizados, lo que denotaba un cierto grado de profesionalidad, con porta cargadores en el pecho, una pequeña cantidad de dinero estadounidense e iraquí en un lado y algo de opio en el otro.