El HMS Perseus chocó con una mina en la noche del 6 de diciembre de 1941. Mientras leía y bebía ron en su improvisada litera, el maquinista John Capes sintió un fuerte estremecimiento seguido de una inclinación hacia proa tan rápida y violenta que lo tiró, haciéndolo rodar hacia proa junto a más tripulantes, herramientas y otros objetos.
Con las hélices y los timones de popa completamente fuera del agua como la cola de una ballena, el Perseus se fue a pique entre una cacofonía de crujidos metálicos y gritos de 61 tripulantes. Pocos minutos después del violento choque contra el fondo, Capes, tanteando en la más completa oscuridad, encendió una linterna e inspeccionó el cuarto de torpedos de popa y el recinto siguiente, el cuarto de máquinas. Solo tres de los muchos cuerpos inermes que revisó respondieron a sus sacudidas. Después de palpar y golpear el mamparo que los separaba del resto del submarino Capes comprendió que el centro y la proa del navío estaban inundados, hecho confirmado por un hilo de agua que brotaba por el sello de goma de la compuerta. Tras llevar a los tres supervivientes al cuarto de torpedos de popa, cerró la compuerta que comunicaba con la sala de máquinas y les dio a beber de su botella, para inyectarles algo de ánimo. Con sus colegas un poco más repuestos Capes buscó cuatro equipos Davies y los distribuyó.
El submarino se encontraba a 50 metros. Capes y sus tres camaradas solo tenían dos opciones: morir en el submarino o jugarse lo poco que les quedaba de vida intentando ganar la superficie.