¿Qué podemos contar sobre la Armada Invencible que no se haya dicho? ¿Quién no conoce este desastre y derrota sin paliativos de las mesiánicas ideas del todopoderoso Felipe II? Si acudimos a la bibliografía histórica, donde los mayores éxitos de ventas corresponden a los «hispanistas», todo está dicho en las dos primeras líneas de esta introducción. Si buscamos en los libros de texto escolares españoles, estos nos indican, sobremanera, que en política exterior se dirimió el conflicto con Inglaterra por el apoyo a los protestantes de los Países Bajos. Felipe II intentó invadir este país con la Gran Armada, pero sus barcos naufragaron frente a las costas inglesas. En resumen: tres renglones de literatura.
Una Gran Flota formada por unas 180 naves, con galeones, naos, pinazas y navíos pequeños, llevando en sus entrañas unos 28.000 hombres, entre soldados y marineros, adoctrinados para la venganza y destrucción, partía en el año de 1589 de los puertos del sur de Inglaterra. Su destino, Santander. Su misión, arrasar la ciudad y destruir los restos de la Armada española que restañaban sus heridas del año anterior en los astilleros. Después, a Lisboa, para fomentar un pronunciamiento y rebeldía contra Felipe II y «sustituirlo» por Antonio, prior de Crato.
Pero su jefe supremo, el almirante Drake, con la connivencia de su mando en tierra, el coronel Norris, decidió alterar el rumbo y se personaron frente a la bahía de La Coruña. Ciudad amurallada defendida en su frente de mar por el castillo de San Antón, varios barcos de la Armada y por su frente de tierra unas cuantas compañías de milicias y su población: mujeres, hombres y niños. Desembarcaron, atacaron, entraron en la ciudad y fueron derrotados.
Siguiente hito: Lisboa. Descienden en Peniche, al norte de la ciudad, y en un movimiento de pinza la flota inglesa bloquea el estuario del Tajo. Ahora sí, ahora se iban a enfrentar a compañías de soldados veteranos y buques de la Armada real: las galeras. Resultado, reembarque a la desesperada, naves hundidas y apresadas por los barcos hispanos. Nueva y mayúscula derrota. Pero con esto no acaba la historia de esta Gran Flota; a su regreso una serie de temporales daría cuenta de los supervivientes. En torno a 80 barcos perdidos en combate y naufragios y unas bajas cercanas a los 20.000 muertos.
Esto tampoco está en los libros de texto, ni en los españoles ni en los ingleses. Las autoridades inglesas y su historiografía oficial, desde los primeros momentos, se encargaron de ocultar los hechos, acción suficiente sin tener que tergiversarlos para que queden en la más absoluta oscuridad. Si bien a otros se les dio pábulo, hasta el punto de interiorizarse y hacerlos como propios, y me refiero a la asunción durante más de un siglo por la historiografía hispana de la llamada «Armada Invencible».
Con unas pérdidas de más de 65 barcos y unos 20.000 fallecidos, descansa como un hecho histórico del reflejo de la sinrazón de un rey, Felipe II, que por seguir a su conciencia católica lleva a su país a una guerra por el solo hecho de cambiar la Corona inglesa y hacerla entrar en el redil del «papado». El adalid de la cristiandad en defensa de la verdad y la fe católica.
Si bien hay que reconocer que en los últimos años estos estados de opinión han dado un vuelco importante, al menos en cierto sector de investigación histórica, cuyas nuevas manifestaciones quedan a la espera de que se inculquen en el mundo académico y en la historiografía divulgativa. El I Congreso Internacional La Armada Española de 1588 y La Contra Armada Inglesa de 1589, celebrado en la ciudad de Cartagena en el año 2019, aportó un importante número de trabajos de investigación en calidad y contenido que avalan esos cambios de opinión, algo que ya había comenzado en el siglo pasado al celebrarse el cuatrocientos aniversario con la publicación del mayor «corpus documental» sobre la materia, editado por el Instituto de Historia y Cultura Naval. En ambos casos, lamentablemente, de escasa divulgación y repercusión a tenor de lo que se sigue publicando en medios de difusión en masa.
No obstante ha habido algunos hechos significativos que inducen a pensar que en el porvenir se abrirá una nueva era propia de conocimiento y opinión sobre el asunto. Dos ejemplos de esto serían, por un lado el trabajo del historiador Luis Gorrochategui Santos con la reedición de su obra de investigación «La Contra Armada. La mayor victoria de España sobre Inglaterra», y de otro el artículo «¿De dónde viene “Armada Invencible”? El origen de un nombre» del divulgador Pedro Luis Chinchilla.
La excesiva subordinación cultural a la que ha sido, y está, sometida la sociedad española, tanto en sus bases como en sus élites, proveniente de sus antaño enemigos seculares (franceses, ingleses, holandeses, etc.) ha ayudado a crear una percepción negativa de lo acontecido en el pasado por los dirigentes de la época, en especial en la dinastía de los Austrias, hasta el punto que la denominación de Armada Invencible fue un invento español del XIX y no ignominiosa calificación inglesa del XVI.
Entre muchos mitos y leyendas, que tienden a ensombrecer el pasado de lo español en un intento de decapitar su derecho a sentirse arraigado con conciencia de su historia (al objeto de que se pierda su identidad como pueblo/nación), están los sucesos desarrollados en 1588 en el ámbito de la guerra anglo-española de 1585 a 1604, que a la postre sería una victoria española. Independiente de su resultado final, lo que subyace es la mesiánica obsesión de Felipe II por reinstaurar la fe católica en el reino inglés, su pobreza intelectual al designar al duque de Medina Sidonia, un hombre que se «mareaba» sobre la cubierta de un barco, y diseñar un plan estratégico que sería un trágico resultado de su mala gestión, y todo ello bajo la delirante estrella de un pirata, Francis Drake, que le hizo modificar todo cuanto planificó con destino a la derrota histórica más encumbrada por la historiografía inglesa y lamentablemente asumida por el complejo de ser hispano.
En las páginas que siguen a este preámbulo, estimado lector, si usted no abandona y llega al final, entrará en conocimiento de hechos que le podrán hacer cambiar de un estado de opinión arraigado a una opinión fundamentada de que las cosas pueden tener otros puntos de vista más razonables.
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