Pese a lo avanzado del entrenamiento, Wittmann todavía no estaba seguro de hasta qué punto se convertiría Woll en un buen tirador. En el futuro, Woll sería el responsable de si sobrevivían durante un duelo de carros con el enemigo; sus vidas estarían en sus manos.
Para ser justos, sería necesario el esfuerzo conjunto del equipo para sobrevivir a cualquier enfrentamiento, tal y como se le había inculcado a cada tripulación panzer desde el comienzo del entrenamiento. Aún así, solo el tirador podía destruir al vehículo enemigo y, por tanto, recibía un entrenamiento lo más intensivo posible. Wittmann guio cuidadosamente a Woll hasta los blancos de oportunidad y se aseguraba por partida doble de que su tirador disparaba a los blancos correctos en el campo de tiro, etc.
Durante estas sesiones de disparo, Wittmann debía permanecer de pie a través de la cúpula de la torreta agudizando constantemente el ojo con el fin de asegurarse de que escogía los blancos apropiados. Como esperaba, Woll tenía un problema a la hora de ver por su mira telescópica mientras el vehículo estaba en movimiento. La marcha distorsionaba enormemente su visión y las vibraciones armónicas del interior le hacían casi imposible ver a través de su dispositivo óptico.
Al principio, ponía la cabeza directamente en su telescopio y trataba de seguir lo que sucedía en el exterior y localizar paneles de blancos que le señalase Wittmann en el campo de tiro. Esta era una práctica muy sensata, siempre y cuando Kirschmer no pisase a fondo los frenos por alguna razón en el último momento antes de disparar y provocase daños en los ojos o en la cara de Woll. Solo tuvo que sufrir una mala experiencia, viendo su cara aplastada contra el dispositivo óptico, para tener muy presente que no le volvería a suceder. Era bastante obvio que Woll tenía que depender en gran medida de las instrucciones de su comandante, ya que él (y otros tiradores) tenían una gran dificultad para localizar blancos, especialmente si el vehículo se movía a gran velocidad.